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“El coronavirus y nuestros miedos: algunas reflexiones sobre la estrategia de la cuarentena infinita “

“El coronavirus y nuestros miedos: algunas reflexiones sobre la estrategia de la cuarentena infinita “

¿Por qué le tememos tanto al coronavirus? ¿Es acaso más mortífera que otras enfermedades? ¿Cuánto tememos morir?

Comenzaría esta reflexión señalando que, de las especies animales, el hombre es el único ser viviente que sufre de temores imaginarios, vividos tanto o más intensamente que las amenazas reales.

Sabido es en el resto de los animales la percepción del peligro sirve para eludir amenazas ciertas e inminentes, coadyuvando a la conservación de la especie. Así todos los mecanismos fisiológicos entran en alarma repentinamente y detonan una reacción, por ejemplo, de ataque o huida.

Pero en todos los animales, pasado el peligro real, se vuelve a la actividad normal y el estrés pasa al olvido.

Pero ello sucede en todas las especies, menos en el hombre. Este, a través de los recuerdos, la previsión o el cálculo, recrea la situación de riesgo y detona en el cerebro humano las mismas sustancias que se generarían bajo una amenaza real.  Resumidamente, esta es una de las causas del estrés moderno.

El coronavirus ha producido un parate planetario de un alcance único e inexplicable. Siquiera en las guerras el mundo contuvo su aliento como en la actualidad.

Cabe preguntarse críticamente, si la reacción es adecuada o desproporcionada. Si se encuentra justificada en un temor real o imaginario.

Normalmente, la civilización humana asume ciertos riesgos a la salud en aras al progreso y la cultura. No es necesario que enumere todos los riesgos que cotidianamente asumimos como normales: consumimos productos potencialmente cancerígenos, utilizamos medios e instrumentos potencialmente peligrosos para nuestras vidas, nos exponemos a enfermedades contagiosas, etc, etc.

Amamos, viajamos, nos divertimos, sin reparar en los costos potenciales y probables. La muerte y la enfermedad son un dato implícito, pero asumimos su existencia teórica y seguimos adelante.

Todas las actividades riesgosas se realizan sin que estemos evaluando en forma constante y amplificada los riesgos que asumimos, los peligros latentes y potenciales. De lo contrario caeríamos en una parálisis absoluta, cual hipocondríaco o fóbico, que vive una amenaza imaginaria e improbable con una intensidad semejante a la amenaza real.

Baste analizar los datos oficiales de las causas de muerte, publicada por el Ministerios de Salud. Por ejemplo, para el año 2018 en nuestro país.

Murieron 63.873 personas por tumores.

Murieron 95.826 personas por enfermedades relacionadas con el sistema circulatorio.

Murieron 61668 personas murieron por enfermedades del sistema respiratorio (de ellas 31926 por neumonía e influenza).

Murieron 13305 por enfermedades del sistema urinario

Murieron 4087 por accidentes de vehículo a motor.

Como se podrá apreciar, las cifras son mucho más elevadas que las muertes por coronavirus en cualquier lugar que elijamos.

¿Entonces por qué tanto miedo al coronavirus?

Piensen tan sólo que ocurriría si cualquiera de las cifras antes expuesta, fuera tomada por los medios de comunicación, machacada durante las 24 horas del día, llamando por nombre y apellido a cada uno de los muertos, visitando a sus familiares, etc, etc.

Imagine a los científicos (nuevas estrellas de la TV) apareciendo noche y día con gesto adusto, explicándonos los sufrimientos de cada una las causas de muerte antes expuestas.

Cada seis minutos (525.600 minutos tiene el año/95.826 muertos por patologías cardíacas por año) , las pantallas del televisor podrían alertar con el consabido URGENTE y un periodista muy triste explicar que se murió fulanito de tal de un problema del corazón, ese fulanito podría ser vecino suyo. Los periodistas podrían calificar de inexplicable este “brote” de problemas cardíacos. Todos estaríamos pendientes de nuestro corazón y alertas a cualquier anormalidad en el mismo. Cualquier agitación provocaría llamar a la emergencia médica, atiborrando el sistema sanitario. ¿Cree usted que esto es imposible?

No sólo tomaríamos conciencia inmediata de la fragilidad humana, sino que también viviríamos en una parálisis y miedo mucho mayor que con el coronavirus. El miedo imaginario nos invadiría de una forma aún más intensa que si padeciéramos la enfermedad en forma real.

¿Es acaso más dolorosa la muerte por coronavirus que por cáncer u otras de las causas mencionadas?

¿Es racional nuestro miedo al coronavirus y el “olvido” cotidiano de las otras causas de muerte?.

Imaginemos lo que va a suceder cuando comience la temporada invernal: la sicosis generada va a producir que cualquier tos o resfrió estacional provoque el miedo de tratarse de la “maldita peste”. El sistema nunca podrá responder a esta demanda en forma eficaz, el miedo va a generar escenas dantescas.

No quiero dejar de reflexionar, aunque sea superficialmente, sobre el reflejo argentino de no trabajar, declarar e inventar feriados, vivir de la asistencia estatal, etc.

Nuestra patología social, se ve agudizada frente a la amenaza de esta nueva enfermedad llamada Covid-19.

A todo evento y como mejor “vacuna” decidimos no trabajar. Todas nuestras ineficiencias e imprevisiones se tapan con la fórmula de no trabajar.

No tenemos test, no importa, no trabajemos.

No podemos conseguir nuevos test porque somos los parias del mundo, caemos en periódicos defaults  y a nosotros nadie nos quiere vender, no importa, se soluciona no trabajando.

No tenemos un sistema de salud robusto, no importa, se soluciona con no trabajar.

No tenemos respiradores, no importa, si no vamos a trabajar todo ira mejor.

No previmos nada, no importa, no trabajemos.

Nos mienten descaradamente, vendiéndonos que la nuestra es la única solución, cuando hay infinidad de otras vías y ejemplos (Japón, Finlandia, Chile, Noruega, etc)

La cuarentena “argentinian style” tapa todas nuestra ineficiencias e imprevisiones.

Tan absurda es esta reacción, que baste poner un ejemplo bien contrastante para ver sus alcances: en el área metropolitana existen innumerables asentamientos ilegales que la política prodigó y fomentó durante años. En esos asentamientos, donde viven miles y miles de argentinos, no se respeta la cuarentena ni el distanciamiento social, nuestra original  “vacuna” que todo lo suple. Ahora bien, al mismo tiempo que esto sucede, en los barrios cerrados más lujosos de nuestro país, la gente que vive allí tiene prohibido jugar al golf entre ellos, porque se dice que vehiculiza el virus, cuando al golf lo juegan cuatro personas al aire libre. ¿Alguien puede entender esta contradicción?  ¿Dónde existe más probabilidad de transmisión viral?

¿Para qué sirve el esfuerzo de un tercio de la población cuando dos tercios no puede acatar la cuarentena?

Cuando una idea absurda se generaliza, desnuda su ridiculez. Muchas ideas muestran su inconsistencia en las periferias del sistema de ideas, no en su núcleo.

La cuarentena parece más un “negocio” político que una forma eficaz de combatir una enfermedad. La enfermedad como una lupa muestra nuestra desnudez como sociedad, nuestras carencias. Y como todo el mundo habla de ello, los políticos hipotéticamente pagarán un precio por cada muerte. No quieren hospitales desbordados ni fosas anónimas, para no perder votos.

Lo peor de esta lógica política ensamblada con un problema sanitario, es que es fácil entrar en ella, pero muy difícil salir. Es fácil entablar una conversación con un sicópata, pero muy difícil salir de ella y determinar que es realidad y que ficción. El discurso sicopático nos envuelve y domina. Sucede lo mismo que con un sicólogo que trata a psicópatas muy inteligentes: el profesional necesita ser a su vez tratado por otro, pues necesita un cable a tierra. En otras palabras, es fácil establecer el miedo y ordenar una cuarentena, pero es casi imposible romper esa lógica para luego salir de ella.

¿Pero qué pasaría si la “lupa” estuviera por ejemplo sobre las enfermedades cardíacas y los políticos pagaran un precio por cada una de las muertes?

¿Se animarían los políticos a para el pais hasta que la gente tome conciencia de las enfermedades cardíacas? Tal vez no ir a trabajar sea una forma de evitar estas patologías.

Por otro lado, no puedo dejar de analizar las consecuencias de nuestra forma de encarar la “vacuna” contra la enfermedad. Nuestra jactancia y arrogancia frente a las grandes potencias.

Me da vergüenza ajena, que un país como el nuestro, con un récord de equivocaciones y aberraciones político-sociales a lo largo de su joven historia, se jacte de responder adecuadamente a la pandemia, frente a países de siglos de decisiones adecuadas y que los llevaron a ser grandes potencias. Pensar que, desde nuestro ignoto y deteriorado país, políticos de apellidos ordinarios y banales, hayan descubierto la piedra filosofal, dan ganas de llorar y clamar por la piedad de Dios. ¿Acaso nos miramos al espejo por las mañanas? ¿Los políticos son concientes de las caras que portan?. ¿Nos damos cuenta de nuestra insignificancia? ¿Nos damos cuenta que somos grises y olvidables?

La historia demostró que cada vez que hubo una guerra de alcance mundial, el ordenamiento de poder surgido una vez terminada la contienda, se relacionó directamente con la participación de cada país en la victoria final. En muchos casos, se puso sobre la mesa la cantidad de ejércitos con el que cada país colaboró o cuenta al momento (Yalta, Versalles, Potsdam), en otros se puso sobre la mesa de negociación la cantidad de muertos con el que cada país contribuyó.

Es muy dudosa la estrategia de nuestro Gobierno de privilegiar tan solo la evitación de las muertes por la enfermedad. Es similar a enfrentar una guerra, ordenando a todos tirarse debajo de la cama. Es básico en todo enfrentamiento bélico, la preservación del poder económico-social propio mientras se combate en el frente. Las muertes son inevitables, pero el objetivo es la preservación del poderío de la nación.

No vaya a suceder que nuestra jactancia actual en el “éxito” de la cuarentena y la evitación de muertes masivas, se convierta a posteriori en el reproche mundial de un país que una vez más privilegió no trabajar, el asistencialismo, quedarse en sus casas, por toda estrategia. No nos vaya a ocurrir como en el cuento de nuestra infancia, de la cigarra y la hormiga. Mientras el mundo intenta trabajar y sacrifica muertos, nosotros nos escondemos en nuestras casas.

Es muy conducente la advertencia de Jorge Asís: “La jugada de Alberto es riesgosa. Pero, si se le da, es perversa y brillante. La prioridad consiste en salvar vidas. Acto reconocido de grandeza. La economía, después de todo, ya es una causa perdida. El default es el destino previsible. Estación terminal. El desmoronamiento final de la economía dista de ser la consecuencia de la lucha noble y frontal contra la peste.

Es, en la práctica, el objetivo. Se impone proteger lo propio. Tener los menos muertos posibles. Compararlos con la gigantesca crueldad, que se registra, contablemente, en otros países. Apostar por el desastre universal para disolver el desastre propio.”

Eduardo Terzian, Abril del 2020.


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